Una brevísima historia de la felicidad de occidente
El estudio de la felicidad tiene trazas muy antiguas. Aristóteles la caracterizaba como el punto máximo de aspiración de un ser humano y que se alcanza cuando se vive bien y se obra bien. Más bien, la definía como una virtud o un estado virtuoso que era la resultante de las acciones cotidianas focalizadas en hacer el bien. Posteriormente, los filósofos del siglo XVIII como Jeremy Benthan y los utilitaristas la concebían como la presencia del placer por sobre la presencia del dolor. Esta filosofía relacionaba la felicidad con la acción de los gobernantes, quienes debían proporcionar el máximo del bienestar para la mayoría de las personas…suena muy ideal verdad? Sin embargo, el estudio de la felicidad más contemporánea, es decir a partir del siglo XX, se asume desde la perspectiva de las emociones y todo lo que esa subjetividad conlleva. Es decir, desde una perspectiva filosófica pasa a tener una relevancia psicológica y en estos últimos veinte años, también de respuestas neurológicas, que se están estudiando gracias a los avances tecnológicos de mediciones a nivel neuronal. Por otra parte, Seligman (2011) recoge varias de estas ideas y las organiza en lo que hoy se conoce como la felicidad subjetiva (Eudaimonic) y que se estudia como el resultado de una serie de elementos psicológicos que intervienen en mayor o menor medida, para su logro. Estos elementos se agrupan en el modelo PERMA que se refiere a un alto índice de emociones positivas (P), el grado de compromiso (E), la calidad de las relaciones humanas (R), el significado que se le otorga a las experiencias de vida (M) y el logro de los objetivos (A). En el año 2015 se agrega al modelo la salud física y mental (H).
Felicidad hedónica
Considerando la felicidad como una emoción en exclusiva, la situación cambia, ya que la pregunta sería cómo activar esa emoción de manera de mantenernos siempre felices. Emociones relacionadas con la felicidad hay muchas: alegría, contentamiento, optimismo, tranquilidad, calma, equilibrio, regocijo, etc. Por ejemplo, imaginemos que todos los días nos creamos actividades de tal modo de sentirnos contentos. Entonces, salimos, vamos al cine, a la playa, a la montaña, visitamos amigos, escuchamos música, comemos rico, disfrutamos el sexo, etc. En esas situaciones se activan nuestros sensores estimulados por hermosos paisajes o bonitos cuerpos que podemos ver, aromas en nuestro alrededor, sonidos encantadores, texturas agradables, sabores exquisitos, personas agradables con quienes compartir… Estas emociones generan un proceso químico y fisiológico que generan felicidad.
Efectos de la felicidad hedónica
Si bien activar este tipo de felicidad es importante, ya que promueve las emociones positivas y cuando se está contento, generalmente se obtiene lo mejor de cada uno, también es cierto que mucho de ello finalmente se torna contraproducente.
Mucho se escribe y habla del carácter hedónico de la sociedad actual muy impulsada por el marketing y la economía. Hacia donde dirijamos nuestras búsquedas, consultas, etc., se nos lleva o se nos invita a tener momentos de placer. Con ese pretexto se nos induce a reunir ciertos estereotipos físicos, esculturales, a tener cosas muchas veces inalcanzables, con efectos de frustración si ello no se logra. Incluso se nos insta a ingerir bebidas o fumar elementos que son un detrimento para la salud física y mental. Pero el objetivo es activar aquellos neurotransmisores que nos generan esas sensaciones mágicas como la dopamina, la serotonina, la endorfina o la oxitocina, con el fin de que busquemos y gastemos en ese apreciado sentimiento y estemos dispuestos a pagar ese precio.
El problema es que muchos momentos felices puede también producir aburrimiento, o más aún, se pierde sentido a lo extraordinario. Todo en exceso se torna contraproducente al final. Quienes tienen demasiado van perdiendo el real sentido del valor, sobretodo monetario de las cosas. Por ello, encontramos los mismos productos que tienen una diferencia de 100 veces más en su precio dependiendo donde se ofrecen, a qué mercado apuntan, etc. Se sabe que quienes tienen más, estarán dispuestos a gastar más. Las razones para ello pueden ser variadas, sociales, psicológicas, de ubicación geográfica, etc., pero lo cierto es que mientras mayor es la abundancia, menor es el reconocimiento. Esto sucede a todo nivel. El que vive en Paris, por ejemplo, camina por hermosos lugares a diario, olvidando maravillarse por la hermosa arquitectura de esa ciudad, sin pensar que para los millones que lo visitan anualmente, es la visita de sus vidas y para lo cual han pasado meses juntando el dinero. El que bebe champagne a diario, ya no le encuentra sentido destapar una botella de lo mismo para un cumpleaños o Navidad. El que viaja muy seguido, termina por aburrirse de descubrir nuevos lugares y así sucesivamente.
Si bien la felicidad hedónica es importante para activar nuestro mejor lado, se puede comprender el por qué algunos, teniéndolo todo, siguen sintiéndose desdichados y solos y, en cambio otros sin tener mucho, pueden gozar lo que la vida a diario les ofrece.
Qué es lo que hace la diferencia?. Es el tema del próximo blog.
Por ahora, disfruta tu felicidad hedónica, pero que no determine toda tu existencia.
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